Una lectura tras el alto al fuego

La confrontación comenzó el 13 de junio con un amplio ataque aéreo lanzado por Israel contra territorio iraní, en una operación militar sorpresa denominada «León Ascendente». En pocas horas, se atacaron múltiples objetivos estratégicos, incluyendo instalaciones nucleares, bases militares, sistemas de defensa aérea e infraestructura económica y civil.  

En los primeros días, Israel concentró su fuego en blancos estratégicos dentro del territorio profundo de Irán, como instalaciones nucleares, bases de misiles, sistemas antiaéreos e infraestructura clave. Además, altos mandos militares, como el general Hossein Salami, comandante de la Guardia Revolucionaria; Mohammad Bagheri, jefe del Estado Mayor; y Amir Ali Hajizadeh, líder de la Fuerza Aeroespacial, fueron asesinados. También perdieron la vida científicos vinculados al programa nuclear iraní.

La respuesta misilística de Irán: «La Promesa Verdadera – 3»

Irán respondió con celeridad bajo el nombre de “La Promesa Verdadera – 3”. Con décadas de desarrollo en capacidades misilísticas, lanzó proyectiles de largo alcance hacia los territorios palestinos ocupados, evidenciando que la situación no sería unilateral. Los misiles impactaron blancos estratégicos como la sede del Mossad en Herzliya, la unidad de inteligencia militar Aman y el puerto de Haifa. 

La respuesta no se limitó al ámbito militar, sino que también adquirió un carácter simbólico: Teherán dejó patente que conserva opciones de respuesta incluso en los momentos más críticos y que su capacidad no se limita a la defensa.  

La intervención estadounidense y el alto al fuego

Con la escalada, EE.UU. —que inicialmente actuó con cautela— realizó bombardeos el décimo día usando aviones *B-2* contra instalaciones nucleares en Natanz, Isfahán y Fordow. Aunque su intervención fue contundente, no logró frenar la disuasión iraní ni alterar el curso de la confrontación.  

El día 12, tras mediación catarí y presión del presidente estadounidense, se acordó un alto al fuego.  

Evaluación de los objetivos de la guerra

A medida que la calma cautelosa volvió a la escena, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu anunció que Israel había «logrado los objetivos» de la guerra, pero esta declaración planteó muchas preguntas sobre su realismo. Desde el comienzo del ataque, Israel ha establecido dos objetivos principales: eliminar el programa nuclear de Irán y lograr un cambio fundamental en la estructura del sistema político en Teherán. Once días después, ninguno de estos objetivos se ha logrado realmente, lo que plantea signos de interrogación sobre la naturaleza de los «logros» de los que habló Netanyahu.

Los indicadores no respaldan esta afirmación. Irán transfirió las cantidades de material fisionable, elemento fundamental de su programa nuclear, desde la instalación de Fordow antes de que fuera objeto de amenazas de bombarderos estadounidenses. Esta medida proactiva redujo significativamente la eficacia del ataque y debilitó las perspectivas de lograr el objetivo de “erradicar” las capacidades nucleares de Irán, planteado por Israel como un objetivo crucial para la operación. En este contexto, hablar de un logro cualitativo parece más cercano a la exageración que a la realidad sobre el terreno.

En relación con el objetivo de un “cambio de régimen” en Irán, los resultados fueron contrarios a las expectativas de Israel. La apuesta de Tel Aviv a que el asesinato de altos líderes de seguridad y militares podría desencadenar disturbios internos o incluso un levantamiento popular contra el régimen, se basó en la premisa de que debilitar a los líderes militares, en particular a los Guardias Revolucionarios, conduciría a la inestabilidad del régimen.

Pero lo que realmente sucedió fue exactamente lo contrario. En lugar de desestabilizar el régimen, los asesinatos fortalecieron el estado de cohesión interna, especialmente entre grupos de iraníes que en períodos anteriores estaban en desacuerdo con las autoridades. Los ataques israelíes generaron una reacción nacional más amplia que la alineación política tradicional.

Incluso aquellos identificados como opositores francos al régimen, muchos de los cuales condenaron el ataque, lo percibieron no solo como un desafío a la autoridad, sino también como una amenaza a la soberanía nacional. En este sentido, si bien «Israel» no alcanzó sus objetivos internos, contribuyó, de manera involuntaria, a redefinir la unidad nacional en torno a la idea de “defender la patria”, independientemente de la postura hacia el propio régimen.

El cese de fuego y la firmeza de Irán

En este contexto, el alto el fuego no fue un fin natural para una ronda de combate, por mucho fue resultado directo de la firmeza iraní que se enfrentó a la máquina de guerra israelí en toda su violencia, a medida que la guerra entró en su duodécimo día, quedó claro que los objetivos anunciados por Tel Aviv no se lograron, y que el costo de continuar la escalada se hizo mayor que cualquier ganancia deseada.

Israel, tras anunciar su aceptación del alto el fuego, intentó en las primeras horas atribuir a Teherán una supuesta violación de la tregua mediante un misil que, según sus declaraciones, fue lanzado desde territorio iraní.  A pesar de amenazar con responder, la realidad sobre el terreno no evidenció ninguna nueva escalada, lo que indica claramente que el deseo de contener la confrontación era real, especialmente por parte del bando que inició la guerra y no logró concluirla según sus deseos.

La situación interna en Israel, sumada a las presiones internacionales y la respuesta iraní, han influido en la decisión de Tel Aviv de reevaluar su estrategia. Esta situación recuerda a escenarios previos, como el alto el fuego con Gaza en diciembre, donde la retirada israelí, a pesar de su superioridad militar, se interpretó como una derrota ante su incapacidad para derrotar al oponente.

Sorpresas en el suelo

Israel inició esta guerra con excesiva confianza, fundamentada en su superioridad militar y el apoyo incondicional de Estados Unidos, en línea con las percepciones de inteligencia que reforzaban su creencia de que la confrontación sería rápida y decisiva. Sin embargo, la realidad del campo de batalla lo sorprendió rápidamente y desmontó esas percepciones.

En los primeros días, Israel se benefició de una gran cantidad de información recopilada por el Mossad a lo largo de los años, y la ofensiva parecía basarse en estos datos con precisión. No obstante, el campo de batalla, como suele ocurrir en las guerras prolongadas, reveló la fragilidad de este frente. Irán, que había acumulado sus capacidades defensivas durante décadas de tensa confrontación, no era un oponente fácil o frágil.

Con el tiempo, Israel se enfrentó a innumerables sorpresas, desde armas específicas y sistemas de misiles locales, hasta tácticas defensivas y ofensivas que no se habían incluido en las estimaciones de inteligencia. La guerra pasó de ser una operación a una confrontación con desgaste, y comenzaron a aparecer signos de agotamiento en el frente israelí.

El factor que más desconcertó al liderazgo militar en Tel Aviv fue el rendimiento imprevisto de las capacidades misilísticas de Irán. El sistema del domo de Hierro, del cual Israel se ha enorgullecido durante mucho tiempo, pareció incapaz de hacer frente a la intensidad del fuego, ni de repeler ataques precisos. Con la sucesión de misiles, las ojivas explosivas alcanzaron las profundidades de Tel Aviv, el puerto de Haifa y algunas instalaciones estratégicas, lo que provocó una parálisis parcial de la infraestructura. La operación militar se convirtió en un callejón sin salida estratégico que no podía ser encubierto por el discurso político.

A pesar de la pérdida de varios líderes destacados, Irán demostró una notable capacidad para absorber y evadir el ataque, respondiendo en los días siguientes como si nada hubiera sucedido. Utilizó misiles hipersónicos por primera vez en un experimento de campo que supuso una sorpresa estratégica para Tel Aviv. El mensaje no residía únicamente en la cantidad de misiles, sino también en su calidad y su capacidad para eludir las defensas aéreas avanzadas, lo que sumió al interior israelí en un estado de confusión y ansiedad.

Las pérdidas materiales y militares pueden parecer desiguales a simple vista, pero al analizar el impacto estratégico de dichas pérdidas, se hace evidente que Israel es quien pagó el precio más alto, lo que allanó el camino para la aceptación de la opción de tregua después de 12 días de escalada.

Impacto regional e internacional

Si bien técnicamente viable, la opción militar no fue descartada por Teherán. A través de declaraciones oficiales, Irán anunció que tenía conocimiento previo de las intenciones de atacar sus instalaciones nucleares y que había adoptado medidas preventivas, incluyendo el traslado de materiales nucleares de sitios sensibles, antes de los ataques.

La respuesta de Irán no se limitó a la esfera interna israelí, sino que se extendió a mensajes directos e indirectos hacia la presencia estadounidense en la región. En estos mensajes, Irán enfatizó tener un amplio margen de acción si decidía continuar con su estrategia.

Incluso dentro de los límites de esta escalada calculada, la estrategia estadounidense en Oriente Medio sufrió un impacto significativo. La narrativa del “peligro iraní”, en la que Washington se ha basado durante décadas, ha perdido fuerza. La declaración final de la reunión de los ministros de Relaciones Exteriores de la organización de cooperación islámica en Estambul es un claro indicador de este cambio de opinión general, donde la percepción del peligro proveniente de Teherán ha disminuido ante una creciente conciencia colectiva sobre la gravedad del proyecto sionista en la región.

Este cambio no se limita al discurso político, sino que se extiende a la estructura sobre la que se basaron las ecuaciones de armamento y alianza en el Golfo. Esta estructura se construyó sobre la base de la intimidación de Irán. Sin embargo, con el reposicionamiento de la imagen mental de Teherán tras la última confrontación, esta base se torna más frágil, lo que lleva al sistema tradicional de alianzas en la región a una etapa de seria revisión.

En cuanto a Washington, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, mostró un notable deseo de cerrar el conflicto bélico rápidamente, al cual se refirió como una “guerra de doce días”, y buscó personalmente patrocinar el acuerdo de alto el fuego. Este comportamiento suscita interrogantes sobre la profundidad de la influencia israelí en la decisión de Estados Unidos. Especialmente, dada la aparente voluntad de Trump de involucrarse en una confrontación que no parecía constituir una prioridad para él, en respuesta a la premura de Benjamin Netanyahu.

El periódico The Wall Street Journal publicó que la seguridad nacional estadounidense se vio doblemente afectada: en primer lugar, por la confusión generada tras la decisión tomada, y en segundo lugar, por la incapacidad de la administración para mantenerse firme frente a las presiones externas por parte de Tel Aviv. Estos comentarios, que trascienden el ámbito del análisis político, han generado inquietud entre la ciudadanía estadounidense, que comienza a cuestionarse el alcance de la influencia israelí en las decisiones soberanas de Estados Unidos.

Con la escalada bélica, se han observado indicios de un debilitamiento en la capacidad del ejército israelí para prolongar la confrontación. Se ha informado de un agotamiento en las reservas de municiones, en particular misiles interceptores, lo que proyecta incertidumbre sobre la preparación del sistema de defensa aérea, conformado por cuatro capas integradas. Si bien Israel ha confiado tradicionalmente en el apoyo estadounidense para la renovación de sus suministros durante las crisis, esta situación revela que dicha confianza ya no está garantizada.

El artículo también destaca que Washington no dispone de un excedente estratégico significativo de misiles inteligentes, ya que sus reservas solo alcanzan para una guerra total de tres a cuatro semanas. La reposición de este arsenal a su nivel habitual requeriría cuatro o seis años. En este contexto, la capacidad de suministrar municiones a Israel durante una guerra prolongada se torna incierta, especialmente considerando el complejo panorama internacional en el que Washington está involucrado militarmente.

Esta situación revela una paradoja impactante: Irán, sometido a un embargo de armas avanzadas, ha logrado desarrollar internamente sus capacidades misilísticas durante décadas, acumulando un extenso arsenal de misiles convencionales y de precisión. Esto dificulta que Israel pueda afrontar un conflicto prolongado con Irán.

Conclusión: Israel entre la derrota militar y la crisis moral

En última instancia, Israel no logró imponer sus condiciones ni alcanzar sus objetivos declarados en esta guerra. El ataque, que comenzó con la esperanza de limitar las capacidades iraníes, culminó con la exposición de las limitaciones de la capacidad israelí: militar, logística e incluso de inteligencia.

El resultado más evidente: Benjamin Netanyahu fracasó políticamente, tras conducir a su país a una guerra corta y costosa sin obtener un impacto significativo, sino más bien pérdidas y confusión. En cuanto a Irán, salió de esta ronda más consolidado, tras demostrar que su capacidad de disuasión no es solo retórica, y que su programa nuclear no se ve afectado por eslóganes ni se desmantela por campañas sorpresa.

Por otro lado, “Israel” emergió como una fuerza nuclear confusa, incapaz de sostener una guerra prolongada, y completamente dependiente de un paraguas estadounidense que también experimenta erosión y límites. Más aún, esta guerra reveló una vez más la naturaleza del “proyecto israelí”, no como una fuerza de “defensa”, sino como una entidad expansionista agresiva, que deriva su existencia de matar y aterrorizar a las personas. Solo días antes de la guerra contra Irán, Gaza estaba bajo el fuego del exterminio, y las masacres de niños y civiles copaban las pantallas, no hay diferencia en la mentalidad o el método, sino la continuidad de un crimen en múltiples aspectos.

Israel ha sido derrotado, no solo militarmente, sino también moralmente, y sus guerras ya no pueden ganar simpatía ni afirmar su “derecho a la defensa”, habiendo sido documentadas como crímenes contra la humanidad.

Con el alto el fuego, la página del conflicto no se cerró, sino que se escribió un nuevo título en la portada:

“Israel ya no representa la parte más fuerte, sino la más peligrosa”.

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