Por: Ricardo Mohrez

La historia reciente de la humanidad está marcada por procesos de liberación frente a sistemas de opresión institucionalizada. Uno de los casos paradigmáticos fue el apartheid sudafricano, un régimen de segregación racial brutal que, tras décadas de lucha, boicot y presión internacional, fue finalmente derrotado. Hoy, el mundo observa con creciente claridad cómo la situación en Palestina, y particularmente en Gaza, se ha convertido en una tragedia comparable o incluso peor, pero con una diferencia notable: la ausencia de un consenso global contra el sionismo, como el que existió frente al apartheid sudafricano.

La resistencia palestina, en sus múltiples formas –cultural, civil, diplomática y armada– ha mantenido viva una lucha que ya suma más de 77 años. Sin embargo, lo que en Sudáfrica encontró una comunidad internacional decidida a aplicar sanciones, romper relaciones diplomáticas y aislar al régimen del apartheid, en Palestina choca con una complicidad cínica. Gobiernos poderosos, medios de comunicación, corporaciones multinacionales y organismos internacionales continúan sosteniendo, financiando y justificando al régimen israelí, pese a las denuncias documentadas por organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y hasta la propia ONU, que lo señalan como un sistema de apartheid.

Pero el pueblo palestino –como el sudafricano entonces– ha demostrado que la resistencia no depende del permiso de los poderosos. Desde los campamentos de refugiados hasta los campus universitarios del mundo, desde las comunidades del exilio hasta las calles de Gaza bajo bombardeo, la causa palestina se mantiene viva. Y con cada masacre, con cada niño asesinado, con cada casa demolida, más pueblos despiertan, más personas entienden una verdad fundamental: el sionismo es un estorbo para la paz. No se puede hablar de justicia mientras se mantenga un régimen ideológico que justifica la colonización, la expulsión y la supremacía étnica.

Hoy caminamos hacia una justicia inevitable, aunque más lenta de lo que quisiéramos. El mundo está comenzando a alzar la voz. Universidades están rompiendo vínculos con instituciones israelíes. Grupos de derechos humanos piden sanciones. Hay boicot a productos, boicot académico y artístico, y una presión creciente para que los gobiernos asuman responsabilidades éticas. Pero esta vez, el proceso ocurre a pesar de la ausencia de un frente unificado contra el sionismo, que sigue gozando de impunidad y apoyo, sobre todo por parte de potencias occidentales.

Sin embargo, la historia enseña que ningún sistema de opresión es eterno. Sudáfrica cayó no sólo porque fue condenada oficialmente, sino porque millones de personas en el mundo se negaron a ser cómplices. Hoy, esa misma solidaridad se está gestando, poco a poco, con Palestina. Vamos camino a emular a Sudáfrica, sí… pero con una lucha más ardua, más prolongada, y con una verdad aún más dolorosa: que el mundo, en este caso, permitió que el genocidio avanzara más lejos, más cruelmente, antes de reaccionar.

Pero reaccionará. Y cuando lo haga, el pueblo palestino estará allí, con la frente en alto, sabiendo que no se rindió, que no se arrodilló, y que, como los sudafricanos, escribió con dignidad su capítulo en la historia de la humanidad.

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