Estábamos acostumbrados a ver y saborear el azúcar cada día, hasta que su presencia dejó de notarse, absorbida por la costumbre…
Color blanco, sabor dulce, forma cambiante según la cantidad, pero siempre azúcar. Así es en todo el mundo… excepto en Gaza, donde el azúcar se convierte en un arma de muerte y genocidio.
Han pasado dos años de genocidio, hasta que el mundo se habituó al silencio ante los crímenes interminables del sionismo. El cielo de Gaza llueve bombas y granos de azúcar… y una mujer palestina dice:
“Basta ya de lanzar ayuda desde el cielo, también mata a inocentes, y en ello hay una violación a la dignidad humana.”
Los árabes también tienen una relación “única” con el cielo: aún esperan su compasión y su misericordia, olvidando las leyes de la tierra, de las que uno de sus revolucionarios dijo:
“El derecho que no se sostiene en una fuerza que lo proteja, es nulo en la ley de la política.”
Gaza, capital histórica de la humanidad, ya no tiene un solo grano de tierra del que brote una espiga de trigo o una rosa damascena. Después de haber vencido a la Biblioteca de Alejandría en otro tiempo, allí atracan barcos de muerte cargados con la munición del crimen y la traición.
Un día no lejano, en una de las tiendas de refugio de los desplazados, murió un hombre palestino después de una agotadora búsqueda de un solo terrón de azúcar.
Sufrió una crisis de hipoglucemia; nadie encontró nada. Murió… y quizá murió también el terrón de azúcar. Murieron ambos, y al mundo no le importó: ya estaba tan acostumbrado a la escena como a consumir azúcar.
Su espíritu, más tarde, habló al mundo con la voz de los oprimidos y dijo:
“Ya no nos queda nada que dar.”
Y añadió:
“maldito mundo… nos lo diste todo, pero olvidaste el terrón de azúcar.!”
Por: Bahaa Gasán