المقال بالعربية هنا

Read in English here

El recuerdo de la masacre de Sabra y Chatila, que tuvo lugar entre el 16 y el 18 de septiembre de 1982, sigue siendo una herida que no ha cicatrizado, no es un simple episodio sangriento aislado, sino un ejemplo concentrado de la naturaleza del proyecto colonial sionista, basado en el exterminio, la limpieza étnica y la comisión de masacres contra un pueblo indefenso. En septiembre de 1982, mientras los campos de refugiados palestinos de Beirut estaban sitiados por las fuerzas de ocupación israelíes, se produjo uno de los crímenes más atroces de la historia moderna. Más de tres mil mártires palestinos y libaneses fueron asesinados a cuchillos y rifles, durante tres días, ante los ojos de las fuerzas de ocupación, que cercaron la zona e impidieron cualquier escape o socorro.

Pero el crimen no fue solo israelí-sionista; milicias libanesas de derecha (los falangistas y sus aliados) participaron en él bajo las órdenes directas y la plena facilitación del ejército de ocupación liderado por Ariel Sharon y Rafael Eitan. Por su parte, Estados Unidos, que pretendía actuar como «mediador», garantizó la retirada de la resistencia palestina de Beirut con la promesa de proteger a la población civil. Luego retiraron sus fuerzas, dejando a la gente condenada a la masacre. Así, se integraron los roles de la ocupación, las milicias títeres y la cobertura estadounidense-europea, creando un capítulo de sangrienta connivencia contra los palestinos.

Hoy, más de cuatro décadas después, la tragedia se repite de forma más violenta y generalizada. Las masacres de Sabra y Chatila son solo un episodio más de la serie de crímenes coloniales-imperialistas. El ocupante sionista continúa con sus bombardeos indiscriminados, atacando hospitales, escuelas y campamentos de desplazados, y matando de hambre a más de un millón y medio de personas con un asfixiante asedio. Se trata de una guerra existencial contra todos los palestinos: asesinatos sistemáticos, desplazamientos forzados y destrucción sistemática de las infraestructuras.

Los cómplices no han cambiado:

  • La entidad sionista sigue siendo el ejecutor directo del crimen.
  • Estados Unidos es el socio central, que proporciona dinero, armas y cobertura política en el Consejo de Seguridad, y describe el genocidio como «derecho a la autodefensa».
  • La Europa oficial, incluidas Francia, Alemania y Gran Bretaña, se sitúa en la misma línea, hace oídos sordos a las voces de la calle y encubre la agresión.
  • Los regímenes reaccionarios árabes, que abren sus puertas a las alianzas con los sionistas y continúan con los acuerdos de normalización, o bien guardan un silencio sepulcral o se limitan a emitir declaraciones débiles que no disuaden ni protegen. Algunos participan indirectamente en el bloqueo, y otros incluso reprimen las manifestaciones populares en apoyo a Palestina.

Lo que está sucediendo demuestra que la causa palestina no es solo un enfrentamiento con una entidad colonial ocupante, sino también con un sistema regional e internacional de complicidad. El enemigo es uno, pero tiene múltiples caras: desde el asesino directo que aprieta el gatillo, hasta los regímenes que compran su silencio con la normalización, pasando por las grandes potencias que justifican el asesinato y legitiman el genocidio.

En el recuerdo de Sabra y Chatila, nos damos cuenta de que la sangre palestina no ha dejado de derramarse, y que la memoria no solo es motivo de duelo, sino también para la incitación y la movilización. El pueblo palestino se enfrenta hoy a una versión contemporánea del mismo proyecto criminal que cometió las masacres de Deir Yassin, Kafr Qasim, Qana y Yenín. Si la complicidad permitió que se produjera la masacre ayer, la continuación de la complicidad hoy abre la puerta a un genocidio total.

Por lo tanto, la verdadera postura requerida no es declaraciones vacías de condena, sino romper el bloqueo, detener la normalización y activar la resistencia popular y política en todas partes. Palestina no es solo una cuestión humanitaria, es una cuestión de liberación y dignidad, y todo aquel que colabore con el asesino sionista es cómplice del crimen, ya sea que vista uniforme militar, ocupe un puesto en la ONU o simplemente guarde el silencio vergonzoso en los palacios de la reacción.

Fuente de la foto

-El equipo editorial de la República de Palestina

Shares:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *