Por Carlos Martínez García
En el teatro macabro de la geopolítica, donde la sangre se mezcla con los intereses económicos, la Franja de Gaza se ha convertido en el epítome de la miseria humana infligida por el proyecto colonial sionista. Bajo los escombros de ciudades arrasadas, hospitales destruidos y universidades pulverizadas, yace no solo la vida de decenas de miles de palestinos, sino también la dignidad de un mundo que ha permitido este genocidio a cámara lenta—y a veces rápida. Y es en este paisaje de dolor y resistencia donde los buitres del capitalismo especulativo ya planean, oliendo la oportunidad de negocio en la catástrofe.
La reciente propuesta de que Donald Trump, junto con el ex primer ministro británico Tony Blair, podría liderar un plan de «reconstrucción» y «pacificación» de Gaza no es más que la materialización de la fase final de un proyecto de despojo colonial. No es un plan de paz; es la legalización de un robo a escala histórica, barnizado con la retórica del desarrollo y la inversión.
Trump: El Capitalista Especulador y la Mirada Depredadora
Donald Trump no es un estadista. Es la encarnación del capitalista especulador, un hombre cuya fortuna se construyó sobre «pelotazos» inmobiliarios, sobre la glorificación del ladrillo y el beneficio rápido. Su visión del mundo es la de un tablero de Monopoly. Donde la humanidad común ve treinta kilómetros de playas mediterráneas bañadas por la tragedia, Trump ve el solar perfecto. Donde hay campos de refugiados, él visualiza resorts de lujo; donde hay mezquitas derruidas, casinos relucientes; donde hay una población indígena traumatizada y desplazada, él ve mano de obra semiesclava, barata y desesperada.
Este plan no se trata de reconstruir viviendas para los palestinos que hoy malviven en tiendas de campaña. Se trata de construir un enclave turístico para las élites globales, un Dubai sobre cenizas y tumbas. Imaginemos por un momento la distopía: complejos hoteleros con «vistas al mar» que ocultan los campos de refugiados tras muros altísimos; casinos donde la jet set apuesta fortunas mientras, a pocos kilómetros, familias palestinas luchan por un litro de agua; una economía de servicio donde la población nativa es expulsada de su tierra para, si acaso, ser readmitida como camareros, limpiadores, o, en el peor de los casos, ser explotada en la industria del sexo, incluida la prostitución infantil, un flagelo que suele seguir a este tipo de mega-proyectos que atraen a una clientela con poder e impunidad.
La riqueza de Trump y sus socios no se nutre de la creación, sino de la expropiación. Y Gaza, en su estado actual de vulnerabilidad absoluta, es la presa perfecta.
La Arquitectura Imperial: La «Anglosfera» y sus Pretores Coloniales
Que los designados para esta tarea sean un estadounidense y un británico no es una casualidad. Es la confirmación de que este es un proyecto angloamericano, una operación de los pilares del imperialismo moderno. La «anglosfera»—ese eufemismo para el eje de poder Washington-Londres—actúa con una coordinación perfecta cuando se trata de defender sus intereses capitalistas e imperialistas.
Trump sería el pretor moderno, el administrador colonial enviado desde la metrópoli para asegurar los intereses del imperio. A su lado, Tony Blair, el segundo del pretor, un hombre cuya lealtad al capitalismo anglo y a la Corona Británica está por encima de cualquier principio moral, como ya demostró con su complicidad en la invasión de Irak. Blair representa la cara «presentable» y tecnocrática del mismo poder depredador. Juntos, simbolizan la alianza indestructible entre el capitalismo salvaje estadounidense y la tradición colonialista británica, cuyos «restos decadentes» hoy funcionan más como una colonia ideológica y militar de EEUU, pero con una influencia aún significativa en los mecanismos del poder global.
Este plan no podría avanzar sin una infraestructura militar y de control. Es ingenuo pensar que estos megaproyectos no vendrán acompañados de estaciones de vigilancia secretas, bases de operaciones encubiertas y una presencia permanente de agencias de inteligencia estadounidenses y británicas. Gaza no se «pacificaría» con justicia, sino con una ocupación comercial-militar aún más sofisticada y asfixiante. El objetivo último es garantizar la seguridad del «ente criminal sionista», consolidando su realidad colonial y anexionando de facto los recursos de la Franja.
La Trampa Maestra para la Resistencia Palestina
He aquí el genio malvado del plan: no es solo una agresión económica, es una trampa política y moral de una profundidad diabólica. Después de meses de una resistencia heroica, bajo las ruinas, con combatientes saliendo de túneles con RPGs para enfrentarse a uno de los ejércitos más poderosos del mundo, a Hamas y a la resistencia palestina en su conjunto se les presenta una disyuntiva imposible.
Por un lado, la continuación de una lucha desigual, con un costo humano atroz, ante un enemigo que no tiene escrúpulos. Por el otro, la «oferta» de una supuesta reconstrucción que, en realidad, es la claudicación total de su causa. ¿Cómo aceptar que los mismos que han masacrado a tu pueblo y destruido tu tierra sean ahora los socios de quienes vienen a «invertir» en lo que queda de ella?
El plan de Trump y Blair utiliza a los dos millones de inocentes gazatíes como rehenes. Es un chantaje: «Acepten nuestra distopía capitalista o la comunidad internacional les negará hasta la última bolsa de ayuda». Pone a la resistencia en la tesitura de ser acusada de «obstaculizar la paz» y el «desarrollo» si se niega, o de traicionar la memoria de sus mártires si acepta.
Pero la dignidad, ese bien inmaterial por el que tantos han dado su vida, no puede tener precio. Las más de 70.000 almas palestinas masacradas (cifra que sigue aumentando), los niños desmembrados, las familias enteras borradas del registro civil, no murieron para que su patria se convirtiera en un casino para millonarios. Merecen algo más que este destino final de esclavitud aséptica y desarraigo consumista.
La Dignidad como Única Respuesta: Rechazar el Pacto con el Diablo
Desde la comodidad de un despacho, con cuatro comidas al día y un teclado como única arma, uno es consciente de la inmensa distancia que separa su realidad de la de quien sale de un túnel con un RPG en la mano a luchar contra el invasor, o de quien cuida de sus hijos en una jaima bajo la lluvia. No es mi lugar decidir por ellos. Pero sí es mi deber, como observador y ser humano, analizar las consecuencias globales de este plan.
Aceptar este «Acuerdo del Diablo» sentaría un precedente catastrófico para todos los pueblos del mundo. Sería la certificación de que cualquier potencia con suficiente capacidad de destrucción puede arrasar un territorio, masacrar a su población, y luego enviar a sus corporaciones a reconstruirlo a su imagen y semejanza, expulsando a los nativos y robando sus recursos. Sería el manual definitivo para el colonialismo del siglo XXI: genocidio para luego hacer negocio con la reconstrucción. Tristemente eso no es una novedad en Gaza, fue lo que el imperialismo ya ha intentado en Irak, Libia, Siria o intenta hacer en Ucrania y sino vean los acuerdos Trump/Zelenski.
La resistencia palestina, en toda su diversidad, debe encontrar la fuerza para decir «no». Un «no» que resonaría en todo el planeta, desde el Sahel hasta América Latina, dando aliento a todos los que luchan contra la opresión. Es un «no» por dignidad, por vergüenza, y por respeto a los muertos. La paz que se construye sobre la injusticia, la expoliación y la humillación no es paz, es la antesala de más conflictos.
El Botín Final: El Gas Natural Palestino
Y no podemos olvidar el botín final, el premio que subyace a toda esta operación: los vastos yacimientos de gas natural frente a la costa de Gaza. Durante años, el llamado Estado de Israel ha impedido su explotación por parte de los palestinos, manteniendo un férreo bloqueo naval. Este plan no es solo sobre turismo y negocio; es la culminación de la usurpación de estos recursos.
Bajo el paraguas de la «reconstrucción» liderada por Trump y Blair, la extracción de ese gas pasaría a ser controlada por consorcios internacionales aliados de Israel y EEUU, con migajas destinadas a una autoridad palestina corrupta y vasalla. El saqueo de la tierra se completaría con el saqueo del subsuelo. Turismo, negocio y gas natural: la trinidad profana que explica el verdadero objetivo, con el aniquilamiento o expulsión final del pueblo palestino como daño colateral aceptado.
Conclusión: Alzar la Voz Más Alto que Nunca
Este plan es, sencillamente, demoníaco. Encarna la esencia más cruda y cínica del capitalismo imperialista. Frente a él, nuestra obligación moral y política es alzar la voz más alto que nunca. Debemos intensificar nuestras protestas contra el genocidio, no solo en Gaza, sino también en Cisjordania, donde la colonización sigue su marcha implacable.
La lucha debe ser por una Palestina libre, soberana y completa, con Jerusalén Este como su capital. Una Palestina donde sus recursos beneficien a su pueblo y donde su costa sea para el esparcimiento de sus niños, no para el juego de los oligarcas. La resistencia palestina, con su inconmensurable sacrificio, ha escrito una epopeya de dignidad frente a la barbarie. Ahora, en su hora más oscura, no puede caer en la trampa final. Rechazar este plan no es un acto de terquedad; es un acto de fe en un futuro donde la justicia, y no que el capital especulativo, tenga la última palabra.