Por: Carlos Martínez – politólogo de (soberanía y trabajo)

En el corazón convulso de nuestro tiempo late una guerra antigua y persistente. No es un conflicto aislado, ni un enfrentamiento entre iguales, sino la expresión más cruda de una lógica imperial que ha dominado el destino de pueblos y naciones durante siglos. Lo que presenciamos en Palestina es el capítulo más sangrante de una guerra de dominio en la que un imperio, sucesivamente británico y estadounidense, promueve un conflicto contra árabes y persas con el objetivo último de controlar sus materias primas, dominar sus territorios y fracturar su voluntad soberana. En este teatro de operaciones, el llamado «plan de paz» de Trump no es más que un nuevo proyecto colonial, un espejismo diplomático que busca consagrar sobre el terreno lo que la violencia no ha podido lograr por completo: la sumisión total.

La Lógica Imperial: Del Mandato Británico al «Acuerdo del Siglo»

Para comprender el presente, es imprescindible volver la mirada a 1918. El Mandato Británico sobre Palestina, bajo la fachada de una tutela civilizadora, fue el instrumento que facilitó la implantación de un ente sionista de origen europeo en el corazón de la tierra de los semitas: los árabes palestinos, de mayoría musulmana pero con una importante y arraigada minoría cristiana. Aquel fue el primer «plan de paz», una imposición colonial que ignoró la voluntad de la población autóctona y sembró la semilla de la catástrofe (la Nakba) que perdura hasta hoy.

La propuesta de Trump, es la reedición de aquel mecanismo. Es un pacto basado en el chantaje más descarnado contra las facciones palestinas, diseñado para que la resistencia claudique a cambio de migajas, mientras se legalizan los asentamientos ilegales y se anexionan territorios. Es de una estupidez supina, cuando no de una complicidad malintencionada, negar la evidencia: en el Oriente Occidental se libra una guerra imperialista. Es una guerra de dominio que se entrelaza con una guerra de exterminio. El genocidio que se está consumando en Gaza no ocurre en el vacío; se enmarca en la respuesta brutal contra un pueblo que se resiste al colonialismo y a la ocupación. Es una guerra de liberación, justa y necesaria, librada por un pueblo expulsado de sus tierras, oprimido, masacrado y, a pesar de todo, ferozmente resistente.

El Brazo Ejecutor: Israel como Ejército Auxiliar del Imperio

Para esta guerra sucia, el Imperio de la Anglosfera –británico primero, estadounidense después– siempre ha requerido de un ejército fuerte, sin piedad y con una disciplina prusiana. Un gendarme regional que proyecte su poder y haga el trabajo que las “democracias occidentales” no pueden mostrar abiertamente en sus pantallas. Ese papel lo ejerce Israel, el verdadero primer ejército auxiliar del imperio. Es la punta de lanza que ejecuta la política de la oligarquía anglosajona y europea en su conjunto, bajo el patrocinio y la dirección estratégica del presidente de turno de los EEUU.

Israel no es un aliado cualquiera; es el instrumento que lleva a cabo las tareas más sucias, garantizando el control real del canal de Suez, la contención de los estados árabes soberanos y la intimidación sobre las reservas de gas y petróleo. El saqueo del gas natural de Gaza, usurpado por el llamado Israel, es solo un botín menor dentro de un botín mayor que incluye el petróleo de Irán y el Golfo Arábigo. La ambición sionista, tal como reflejan sus mapas históricos y las declaraciones de sus líderes más extremistas, no se limita a la Palestina histórica, sino que se extiende a partes de Líbano, Siria, Jordania e incluso Egipto. El genocidio no es un fin en sí mismo, sino el método brutal para un proyecto de limpieza étnica y expansión territorial.

El Poder en la Sombra: El Sionismo Político y Económico

Pero reducir este conflicto a una mera geopolítica sería ignorar otra realidad fundamental, a menudo olvidada o deliberadamente obviada: el poder del sionismo político y económico. Nos referimos a esa red de grandes multimillonarios y fondos de inversión regidos por una ideología sionista internacional que ejerce una influencia desproporcionada en los centros de poder global. Benjamín Netanyahu no es solo el primer ministro de un país; es un operador global con un poder inmenso dentro de los propios Estados Unidos.

Este poder se sustenta en un doble pilar: el lobby sionista, con una capacidad de presión legislativa y mediática sin parangón, y el apoyo incondicional de los evangélicos del cinturón bíblico, para quienes el establecimiento de Israel es un preludio escatológico del Armagedón. Esta alianza, aunque sólida, comienza a mostrar fisuras, especialmente entre los evangélicos más jóvenes, que cuestionan la moralidad del proyecto sionista.

Las Fisuras en el Muro: La Solidaridad Global y el Cambio del Relato

Y es aquí donde surge un rayo de esperanza. Es de una importancia capital la división que comienza a germinar en el hasta ahora monolítico apoyo al sionismo dentro de la potencia norteamericana. No se trata solo de la izquierda progresista, sino de voces dentro del establishment, de analistas militares e incluso de algunos sectores del Congreso que empiezan a ver a Israel como una responsabilidad estratégica, no como un activo.

También son significativas, aunque aún débiles y temerosas, las fisuras europeas. Gobiernos tradicionalmente alineados con Tel Aviv se ven forzados a matizar sus posiciones ante la indignación de sus ciudadanos. Los palestinos, con una perspicacia forjada en décadas de lucha, captan estas sutilezas mejor que muchos progres woke españoles, anclados en un discurso a menudo superficial y desconectado de las realidades geopolíticas más complejas.

¿Por qué este cambio? Porque tras dos años de una matanza metódica, de un genocidio cuyas imágenes recuerdan, con métodos a veces diferentes (y a veces no tan diferentes, como en el gueto de Varsovia o las matanzas a tiros en los países bálticos), los horrores de la Segunda Guerra Mundial, el relato mundial lo ha ganado Palestina.

Los pueblos del mundo se han solidarizado con Palestina de una manera no vista en décadas. Esta solidaridad no es un sentimiento abstracto; es una fuerza política que perjudica al ente sionista y a los intereses del Imperio anglo-occidental. Palestina está presente en la rebelión de los jóvenes en Marruecos, ha vuelto a movilizar a las capas populares de América Latina y Europa, y ha lanzado a las plazas y calles del mundo árabe, desbordando la retórica sumisa de sus gobiernos. Ha logrado lo imposible: unir en una misma causa a musulmanes, cristianos, la izquierda secular y millones de personas sin afiliación política más allá de la justicia.

Conclusión: Los Mártires y la Calle

Esta guerra lo tiene todo: es de exterminio, es colonial y es por el control de recursos. Por todo lo dicho, es la guerra. Y por todo esto, es imperativo no cejar, seguir en las calles. La presión popular es el único contrapoder real frente a la maquinaria de muerte imperial.

Los palestinos y palestinas asesinados en Gaza y Cisjordania no deben ser recordados como pobres víctimas. Esa terminología, aunque bienintencionada, los despoja de su legado. Ellos y ellas son mártires. Murieron resistiendo, defendiendo su tierra, su dignidad y su derecho a existir. Su sacrificio no ha sido en vano; ha encendido una llama de conciencia global que el Imperio y su brazo armado no podrán apagar fácilmente. La causa palestina ya no es solo una cuestión nacional; es el barómetro moral de nuestra época, el corazón del mundo en guerra, y en su liberación late la esperanza de un mundo multipolar y verdaderamente libre.

Shares:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *