Trump anunció, tras una reunión que incluyó a países conocidos por ser árabes e islámicos, un nuevo plan colonial contra Palestina. El plan incluye veinte puntos relacionados con los prisioneros israelíes, la posible retirada del ejército de ocupación israelí de la Franja de Gaza, el debilitamiento de la resistencia y la creación de lo que se denomina un “Consejo de Paz” para administrar los asuntos de Gaza. Este texto busca destacar lo que se ha hecho público del plan y cómo se entrelaza con el proyecto colonial sionista en Palestina.

La identidad de los países participantes en el plan

El plan fue promovido como resultado de un consenso con países árabes e islámicos, pero esto no es más que un intento de engañar a la opinión pública y presentar lo que ocurre como si fuera parte de un conflicto de identidad, nacional o religioso.

Además, implicar a estos países en un plan de este tipo busca embellecer la imagen de la entidad sionista a nivel internacional y situarla en el papel de víctima, en lugar de exigir el fin del genocidio sin condiciones y la rendición de cuentas de los culpables —ya sean Estados, empresas o individuos— que participan en cometer los crímenes y en la continuación del exterminio.

En realidad, esta denominación (árabe–islámica) no puede conducir a un análisis justo de la historia. La verdadera identidad de esos Estados —con excepción de Turquía— muestra que son Estados periféricos dentro del sistema mundial, gobernados por regímenes dependientes que carecen de poder político y moral incluso sobre sus propias decisiones.

Sus intereses se entrecruzan con el imperialismo y están vinculados orgánicamente a él dentro del sistema económico global y en el contexto de la influencia geopolítica y militar que persiguen los Estados Unidos.

Turquía, como Estado semiperiférico, tampoco es una excepción en este contexto en cuanto a su papel. Además, es un socio en las consecuencias del genocidio y tuvo un papel activo en la agresión contra Siria, que terminó con la llegada al poder de sus grupos terroristas aliados. Por eso, la presencia de Turquía al frente de la delegación que discutió el plan debe entenderse como parte del proceso de completar y ajustar esa misión, así como de crear un cierto equilibrio de poder en Siria entre la entidad sionista y el régimen de Recep Tayip Erdogan.

Estos países no participaron en la elaboración del plan y en la acogida de su versión modificada solo por ser árabes o islámicos, sino en función de su posición dentro del sistema mundial y su subordinación al imperialismo estadounidense.

Su participación responde a sus propios intereses: por un lado, reducir los efectos del genocidio sobre ellos, y por otro, beneficiarse de los proyectos de inversión que se presentan bajo el título de “reconstrucción”, ya que, según el plan, esta cuestión se abordará desde una perspectiva capitalista y colonial, y no desde una visión liberadora.

El plan de Trump o la penúltima etapa del colonialismo

El contenido del plan de Trump no difiere esencialmente de la Declaración Balfour de 1917. Ambos documentos se refieren a los “derechos civiles y religiosos” del pueblo palestino, sin mencionar en absoluto los derechos políticos y, por supuesto, sin ofrecer ninguna garantía de respeto a esos derechos civiles ni a ningún otro.

Al igual que la Declaración Balfour fue incorporada al Mandato de Palestina emitido por la Sociedad de Naciones, este plan también busca otorgar una cierta legitimidad a la tutela proyectada sobre la Franja de Gaza y poner en marcha una nueva etapa del proyecto sionista.

Ese proyecto se basa fundamentalmente en el desplazamiento forzoso, que el plan describe no como forzoso sino como “voluntario”. Tal formulación recuerda los debates de los primeros sionistas, quienes solían utilizar esa misma idea sobre el desplazamiento para obtener aceptación en los círculos políticos europeos y otomanos-turcos.

Otro punto de semejanza entre este plan y aquella etapa histórica se encuentra en el período previo a la Nakba de 1948, cuando existían dos fuerzas militares: el ejército de ocupación británico y los grupos terroristas sionistas —que más tarde se transformarían en el ejército israelí—. Junto a este último, ahora aparecerían también milicias mercenarias bajo el nombre de “fuerzas internacionales”.

Dos vías de “arreglo” y un solo camino de colonialismo

Se trazaron dos vías para la llamada “solución” a través de dos puntos fundamentales: el primero, vincular la entrega de ayuda humanitaria a la aceptación del plan por parte de Hamás;

y el segundo, la rendición del movimiento. Ambos elementos deben ser aceptados por Hamás, pero dentro de una única y urgente vía de negociación, centrada en la entrega de los prisioneros y de las armas.

Este plan sienta las bases de una etapa de “arreglo” multilateral, diseñada de tal manera que garantice una forma de legitimación de la tutela. Esta podría ser de hecho, una de las razones que llevaron a Hamás a aceptar el plan, de manera preliminar con reservas respecto ciertos asuntos.

El plan, tal como está planteado y con ese respaldo regional e internacional, indica que el proyecto sionista realmente atraviesa una crisis. El desplazamiento, el genocidio, la destrucción, los asesinatos, la tortura… todos estos actos han estado siempre contemplados en los planes del ente sionista y no son simples consecuencias de la confrontación del 7 de octubre, sino parte del proyecto sionista.

Este plan surge para salvar el proyecto colonial sionista, para completar el genocidio y para establecer mecanismos políticos y legales que impidan que la ocupación rinda cuentas por sus crímenes y que eviten un mayor aislamiento internacional del mismo.

Frente a esta realidad, también surge la pregunta sobre lo que se espera de Palestina. Se requiere y se espera, en medio de estas circunstancias, que surja un movimiento nacional de liberación que responda a la necesidad objetiva, la cual es más urgente que la implementación del plan de Trump.

Un movimiento de liberación nacional que tenga en cuenta el pan y el agua del pueblo, tal como lo reflejan los grandes principios de libertad, independencia y soberanía. Un movimiento de liberación libre de corrupción y de liderazgos falsos, libre de ídolos nacionalistas reaccionarios y religiosos, un movimiento responsable que represente a Palestina y actúe sobre bases de lucha y liberación, dando prioridad a detener el genocidio.

En todo momento debe repetirse y reafirmarse que el responsable de este genocidio es la entidad sionista, junto con sus aliados y sus patrocinadores, y que nunca debe tolerarse ningún intento de presentar a la ocupación como víctima.

Bahaa Gásan

fuente de la imagén

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