Carlos Martínez – politólogo De Soberanía y Trabajo.
Ante un mal llamado plan de paz tanto los aliados del sionismo como el occidente, en especial el mundo anglosajón (sus voceros) nos dirán que ya podemos bajar la guardia y abandonar las calles, por lo que es imprescindible resituarnos y ver cuál es el panorama real. Esta es mi opinión y propuesta: La historia del conflicto palestino-israelí está plagada de iniciativas, acuerdos y planes de paz que, lejos de buscar una solución justa y duradera, han servido para consolidar una realidad de ocupación, despojo y limpieza etnica.
El mal llamado «Acuerdo del Siglo», auspiciado por el ex presidente estadounidense Donald Trump, no es la excepción; es, quizás, su expresión más cínica y descarnada. Lejos de ser un instrumento para la paz, este plan representa un acto colonial moderno, fraguado entre potencias occidentales y regímenes árabes complacientes, que ignora deliberadamente la voluntad, los derechos y la existencia misma del pueblo palestino. Su simple existencia y su contenido no solo son inviables, sino que revelan la verdadera naturaleza de un conflicto donde la soberanía palestina es la línea roja que el sionismo y sus aliados se niegan a cruzar.
La Arquitectura de una Imposición Colonial
Un plan de paz genuino se construye sobre la base de la imparcialidad, el derecho internacional y, fundamentalmente, la participación de todas las partes en conflicto. El plan Trump carece de todos estos elementos. Fue redactado a puerta cerrada por una administración estadounidense notoriamente alineada con el lobby sionista más extremista, en consulta con Israel y con la anuencia de gobiernos árabes como Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y, de forma particularmente significativa, Turquía.
La inclusión de Turquía, miembro de la OTAN, en este esquema es crucial para entender la fachada del plan. Aunque el presidente Erdogan ha cultivado una retórica pro-palestina, su participación tácita o explícita en iniciativas que marginan a los legítimos representantes palestinos no hace más que demostrar que los intereses geopolíticos y las alianzas dentro del bloque occidental-o tanista suelen primar sobre la solidaridad real con la causa palestina. Este consorcio de actores—Estados Unidos, Israel, monarquías del Golfo y un socio otanista—actuó como un directorio colonial, diseñando el futuro de un pueblo sin tener siquiera la decencia de sentarlo a la mesa.
La Autoridad Nacional Palestina (ANP), con todas sus limitaciones y contradicciones, fue excluida por completo del proceso. Y, por supuesto, Hamas y la Yihad Islámica, actores políticos y militares clave en la realidad de Gaza y con un apoyo popular significativo, fueron demonizados y descartados de antemano. ¿Cómo se puede hablar de paz cuando se ignora a una de las partes fundamentales del conflicto? La respuesta es simple: no se busca la paz, se busca la rendición.
Un Contenido que Consagra la Aniquilación de la Soberanía Palestina
Analizar el contenido del plan Trump es adentrarse en una fantasía sionista que pretende ser presentada como un compromiso magnánimo. El plan concede a Israel la anexión de facto de los bloques de asentamientos ilegales en Cisjordania y el valle del Jordán, territorios ocupados según el derecho internacional. Jerusalén Este, el corazón cultural, histórico y espiritual del futuro Estado palestino, es reconocida como la capital «indivisa» de Israel. Y, en un guiño de cinismo supremo, se ofrece a los palestinos un «Estado» desmilitarizado, fragmentado en islotes desconectados, sin control sobre sus fronteras, su espacio aéreo o sus recursos hídricos, y con su seguridad supeditada a la entidad sionista.
Esto no es un Estado. Es un bantustán, una reserva controlada y vigilada, diseñada para liquidar cualquier aspiración de autodeterminación. El plan no solo olvida a Cisjordania, como se menciona, sino que legitima y premia la violencia de los colonos y el ejército israelí que, día a día, despojan, hieren y asesinan a palestinos con total impunidad. La «paz» que propone Trump es la paz del cementerio, la paz de los vencidos.
El Impulsor: Interés Geopolítico y Negocio Descarado
No puede entenderse este plan sin analizar la figura de su impulsor, Donald Trump. Lejos de ser un mediador neutral, Trump es un sionista declarado que ha movilizado toda la maquinaria diplomática y económica de Estados Unidos para beneficiar a Israel. El traslado de la embajada a Jerusalén, el reconocimiento de los Altos del Golán como israelíes y el intento de estrangular financieramente a la ANP son acciones que demuestran una parcialidad absoluta.
Pero hay una dimensión aún más sórdida. Trump es, ante todo, un hombre de negocios. Y el plan de paz contiene, de forma más o menos velada, la promesa de grandes inversiones y proyectos económicos para la reconstrucción de Gaza. No es difícil imaginar que Trump y su círculo de allegados vean en la devastación de la Franja una oportunidad de negocio. La paz, en su visión mercantilista, es un subproducto de la explotación económica, donde las empresas estadounidenses e israelíes se beneficiarían de la «estabilidad» impuesta. Se trata de hacer negocios sobre las ruinas de un pueblo masacrado.
La Resistencia: La Realidad que el Plan no Puede Ocultar
Sin embargo, la mayor prueba del fracaso intrínseco de este plan y de la estrategia sionista que representa es la existencia misma y la fortaleza de la Resistencia Palestina. El plan Trump nació muerto porque no pudo, ni podrá nunca, doblegar la voluntad de un pueblo que se niega a desaparecer. El sionismo ha empleado todas las herramientas a su disposición: la ocupación militar, el bloqueo, los asesinatos selectivos, las guerras relámpago y, ahora, un genocidio a cámara lenta en Gaza. Pero a pesar de esta maquinaria de destrucción, no ha logrado su objetivo final: acabar con la Resistencia.
De hecho, lo que hemos presenciado es un fenómeno paradójico. Allí donde Israel se retira, física o políticamente, crea un vacío que es llenado inmediatamente por la Resistencia. Hamas, lejos de ser erradicado, ha visto cómo su legitimidad y su capacidad de operación se han consolidado como la fuerza palestina que no claudica. El plan Trump, al ser tan abiertamente injusto, ha servido para desenmascarar a los actores árabes complacientes y para unir a diferentes facciones palestinas en torno a la certeza de que la lucha armada y la resistencia popular son el único camino ante una «paz» que es sinónimo de capitulación.
Conclusión: La Lucha Continúa por la Soberanía
En conclusión, el llamado «plan de paz» de Trump no es más que la hoja de ruta para la anexión definitiva de Palestina. Es un documento colonial que refleja la arrogancia del poder y el desprecio por el derecho internacional y la vida palestina. Su debilidad estructural radica en que se negoció al margen del pueblo palestino, y su destino es el basurero de la historia, junto a otros intentos fallidos de imponer una solución injusta.
Ante esta farsa, nuestra obligación es clara. La solidaridad internacional debe intensificarse. Es imperioso seguir luchando por la causa palestina, exigiendo sanciones reales y contundentes contra el ente sionista, bajo el modelo de la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS). Debemos denunciar sin descanso el discurso occidental que, cínicamente, habla de una «nueva etapa» o de una «oportunidad para la paz». No hay paz sin justicia, no hay justicia sin soberanía, y no hay soberanía sin la liberación total de la Palestina histórica.
Mientras exista la Resistencia, existirá la esperanza. Y mientras la esperanza permanezca, los planes coloniales, por mucho que los auspician presidentes sionistas, estarán condenados al fracaso. La última palabra la tendrá el pueblo palestino, no los amos del mundo.