المقال بالعربية هنا
La Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917 no fue un hecho pasajero en la historia política ni una “promesa”, como se describió posteriormente, sino un documento colonial fundacional que surgió en el marco del proyecto imperialista occidental en Asia y África. La declaración expresó un momento en el que se coincidieron los intereses coloniales británicos y el sionismo, dentro de una visión global destinada a reconfigurar la influencia geopolítica y garantizar la continuidad de la hegemonía occidental tras la Primera Guerra Mundial.
La declaración se presentó en forma de una carta oficial del ministro de Asuntos Exteriores Británico, Arthur James Balfour, al barón Lionel Rothschild, uno de los líderes del movimiento sionista mundial, tras tres años de negociaciones entre el gobierno británico y la Organización Sionista. Durante ese periodo, los líderes del movimiento sionista lograron convencer al Reino Unido de que la creación de un hogar nacional para los judíos en Palestina serviría a los intereses estratégicos británicos en la región, y contribuiría a proteger la ruta hacia la India y a garantizar el dominio británico en Asia y África, tomando Palestina como base fundamental para ese proyecto colonial.
La Declaración Balfour no fue una decisión británica aislada, sino un proyecto occidental integral. El Reino Unido presentó el texto de la declaración al presidente estadounidense Woodrow Wilson, quien lo aprobó antes de su publicación. Francia e Italia lo ratificaron oficialmente en 1918, seguidas por Japón. En la Conferencia de San Remo de 1920, el Consejo Supremo de los Aliados (Consejo Supremo de Guerra) decidió incluir la declaración en el Mandato Británico sobre Palestina. En julio de 1922, la Sociedad de Naciones ratificó el mandato, que entró en vigor el 29 de septiembre de 1923. De este modo, la declaración se transformó en un compromiso internacional occidental compartido, no solo en una «promesa» británica, sino en un instrumento del imperialismo moderno.
Comprender la Declaración Balfour requiere situarla en el contexto de la modernidad europea, que vinculó el concepto de progreso con dominación y superioridad. La modernidad no fue un proyecto de liberación humana, como se afirma, sino que fue, en esencia, una estructura colonial expansionista basada en la premisa de la superioridad europea. Esta dualidad de la modernidad —libertad dentro de Europa y esclavitud fuera de ella— preparó el terreno para la noción de “tutela” sobre los pueblos no europeos. Este mismo principio había sustentado la “Doctrina del Descubrimiento” del siglo XV, mediante la cual la Iglesia Católica otorgó a las potencias europeas el derecho de apoderarse de tierras pertenecientes a pueblos “no cristianos”. La Declaración Balfour reprodujo este mismo principio siglos más tarde, facilitando la ocupación de una tierra habitada y la instalación de colonos de diversas nacionalidades bajo el concepto artificial de “nacionalismo judío”.
Ambos documentos —la Doctrina del Descubrimiento y la Declaración Balfour— parten de una visión supremacista que considera a los pueblos indígenas carentes de capacidad política y necesitados de la tutela de los “civilizados”. Así como la doctrina justificó el genocidio de los pueblos indígenas en las Américas bajo el pretexto de “difundir la fe”, la Declaración Balfour justificó el despojo del pueblo palestino bajo el lema del “hogar nacional para los judíos”. De este modo, la declaración se convierte así en un ejemplo de la modernidad en su vertiente colonialista.
El colonialismo en las Américas y en Palestina comparte la misma estructura: un proyecto de colonización basado en la erradicación del pueblo originario y reemplazarlo con un nuevo colonizador. En el continente americano surgieron estados nacionales blancos sobre las ruinas de pueblos aniquilados cultural y físicamente; en Palestina, el Estado sionista se estableció sobre las ruinas de un pueblo privado de su tierra y su identidad. Así como Estados Unidos se convirtió en un modelo de poder modernista construido sobre el genocidio, “Israel” se convirtió en la última extensión del proyecto colonial europeo en la era contemporánea.
El 2 de noviembre no marca un recuerdo de un evento pasado, sino la fecha de un instrumento colonial que sigue vigente hoy en día. La Declaración Balfour no se limitó al texto: su impacto material y político se prolongó a lo largo de un siglo de ocupación, asentamientos, desplazamientos y asedio. Lo que ocurre hoy en Palestina —asesinatos, hambruna y destrucción— es la continuación directa de ese documento colonial que abrió el camino a todo lo que vino después, hasta llegar al genocidio en un contexto colonial y de sustitución. Una descripción que devuelve la Declaración Balfour a su lugar natural: uno de los documentos del crimen colonialista moderno.
En este contexto, las facciones palestinas enfrentan una responsabilidad histórica que va más allá de emitir comunicados de condena en esta fecha. Deben elaborar una estrategia nacional liberadora y unificada, basada en principios de unidad y solidaridad internacional contra el colonialismo y el imperialismo sionista. La responsabilidad ética y política exige trabajar para poner fin a la ocupación y detener el genocidio en todas sus formas, construyendo un movimiento nacional que redefina el conflicto como una lucha de liberación contra una estructura colonial, y no como un conflicto político limitado que se evoca en determinadas fechas del año.
Por otro lado, la comunidad internacional —sus instituciones y pueblos libres— tiene la responsabilidad directa de enfrentar este crimen en curso. Proceder a la anulación de la Declaración Balfour en su forma, contenido y efecto, reconocer su invalidez histórica, jurídica y política, y responsabilizar a las potencias que la implementaron o guardaron silencio, constituyen pasos fundamentales hacia la justicia histórica.
Interpretada a la luz de la modernidad colonial, la Declaración Balfour no fue una promesa de construir una patria, sino un instrumento imperialista para desmantelar una patria que existía desde hacía más de 4.000 años, y se llama Palestina. Es una continuación de la doctrina que legitimó la apropiación de las tierras ajenas, y el mismo razonamiento imperial que hace del dominio una condición de la modernidad y del “otro” un elemento para definir la identidad europea superior.
Superar este legado solo es posible aboliendo la declaración, enfrentando su estructura imperialista y restituyendo la causa palestina como una lucha de liberación humana y política global frente al colonialismo moderno en todas sus formas. Solo así se podrá redefinir la modernidad, no como un proyecto de dominación, sino como un camino hacia la justicia y la plena libertad humana.
-El equipo editorial de la República de Palestina


			


