Por Carlos Martínez – politólogo
El problema palestino, en su esencia más pura, es una cuestión de derechos humanos fundamentales: el derecho a la autodeterminación, a la libertad de la ocupación colonial y a la vida misma, frente a la maquinaria genocida que se cierne sobre Gaza y la lenta pero implacable estrangulación de Cisjordania. Sin embargo, analizar este conflicto como un hecho aislado, como una tragedia local en la que un opresor poderoso subyuga a un pueblo débil, es un ejercicio de miopía política que solo beneficia al status quo.
La liberación de Palestina no puede desvincularse de los grandes movimientos tectónicos que están reconfigurando el orden mundial. Es infantil y contraproducente creer que serán las grandes movilizaciones en las capitales europeas o las acciones mediáticas de jóvenes bienintencionados las que, por sí solas, resuelvan el problema. Estas son expresiones vitales de solidaridad que rompen el consenso mediático y aíslan diplomáticamente a Israel, pero carecen de la palanca material para forzar un cambio definitivo. La clave reside en el gran tablero de ajedrez geopolítico, donde el proyecto sionista está mostrando sus grietas estructurales.
El Despertar de la Conciencia y el Ocaso de la Hegemonía Narrativa
El actual genocidio en Gaza, con su nivel de brutalidad y transparencia digital, ha marcado un punto de inflexión sin precedentes. El discurso sionista, que durante décadas se presentó a sí mismo como la encarnación de la democracia y la víctima perpetua en un “mar de barbarie”, ha sufrido un revés durísimo a escala global. La narrativa se ha quebrado. Ya no es posible, salvo para los sectores más ideologizados o cómplices, ocultar la realidad de un Estado de apartheid, de un proyecto colonial y de una maquinaria de muerte financiada y armada por Occidente.
Este retroceso es particularmente significativo en el corazón del imperio: los Estados Unidos. Allí, una generación joven, tanto progresista como conservadora, ha girado la espalda a Israel de una manera que era impensable hace una década. Este cambio no es meramente moral; es generacional y estratégico. Los jóvenes estadounidenses, herederos de un país en declive, con futuros hipotecados y guerras perdidas, no ven en Israel un aliado valioso, sino un lastre moral y financiero que los vincula a los conflictos de una era que quieren superar. Esto preocupa, y mucho, a las élites sionistas y a los sectores financieros que operan en Washington, porque la base social del apoyo incondicional se está erosionando. Sin el respaldo irrestricto de EE.UU., el proyecto sionista es inviable a largo plazo.
Los Amos del Capital y su Estrategia Bélica: El Contexto Global del Ataque a Palestina
Pero para comprender la profundidad de la crisis, debemos ir más allá de la opinión pública y adentrarnos en las salas de juntas donde se decide el destino de las naciones. El mundo del dinero en EE.UU., ese conglomerado de capital financiero y complejo militar-industrial, se ha posicionado de forma clara y contundente detrás de figuras como Donald Trump. Su objetivo no es la estabilidad mundial, sino la preservación de la hegemonía occidental a cualquier coste. Y su estrategia es la confrontación.
Estos sectores capitalistas decisivos presionan para mantener la guerra fría contra China y la guerra caliente, o al menos híbrida, contra Rusia e Irán. ¿Por qué esta obsesión belicista? La respuesta es sencilla y aterradora: han comprendido que el «momento unipolar» ha terminado. Se sabe, en los círculos militares y de inteligencia serios, que China posee ya una potencialidad militar disuasoria frente a EE.UU. que hace casi imposible una victoria convencional para Washington. Si a esta ecuación le sumamos la potencia nuclear de Rusia y la capacidad de guerra asimétrica de Irán y sus aliados, el escenario para Occidente es de una derrota estratégica total.
Los europeos y los estadounidenses son incapaces de imaginar, y mucho menos de aceptar, un mundo en el que su voluntad no sea ley. Un mundo donde surgen potencias tecnológicas, económicas, militares y educativas superiores o equivalentes les resulta inconcebible. Su mentalidad sigue siendo colonial. Un botón de muestra: EE.UU. puede hundir barcas indefensas en el Caribe o bombardear que no amilanar a países devastados como Yemen, pero le es casi imposible, militar y políticamente, invadir un país organizado y con aliados sólidos como Venezuela. Su poder es asimétrico y abrumador contra los débiles, pero se ve neutralizado frente a rivales serios.
Israel: El Talón de Aquiles de la Hegemonía Occidental
Aquí es donde el problema palestino se conecta con el núcleo de la crisis hegemónica. Las élites sionistas que dominan la política exterior de EE.UU. —y por ende, en gran medida, la de la Unión Europea— son plenamente conscientes de esta realidad. Saben que si EE.UU. deja de ser la potencia militar principal del mundo, quien está en peligro existencial es el Estado de Israel. Israel subsiste única y exclusivamente gracias al paraguas militar, diplomático y financiero de Washington. Sin él, su superioridad cualitativa se diluiría frente a la demografía y la resistencia de la región.
Lo que salva a EE.UU. y a Israel por ahora de una confrontación abierta y total es la prudencia de China y Rusia. Ninguna de estas potencias desea una gran guerra contra Occidente, conscientes de que conduciría a la destrucción mutua asegurada. Sin embargo, están empeñadas en acelerar el proceso de cambio hacia un mundo multipolar, un proceso que es imparable. Cada avance en la integración económica euroasiática, cada ejercicio militar conjunto, cada acuerdo en monedas distintas al dólar, es un clavo en el ataúd del orden unipolar que sustenta a Israel.
Los Pilares de la Liberación Palestina en un Mundo en Transformación
Ante este panorama complejo, las diversas facciones palestinas, con sus diferentes estrategias, saben de dónde puede venir su apoyo real y quiénes tienen la capacidad material de alterar la ecuación de fuerza a su favor.
- La Resistencia Propia y la Firmeza del Pueblo: El pilar fundamental e irrenunciable es la propia resistencia palestina. Los mártires, la capacidad de aguante (sumud) y la lucha armada son la garantía de que Palestina no será borrada del mapa ni olvidada. Es lo que impone un coste a la ocupación y mantiene viva la causa. Sin esta resistencia, Palestina sería solo un tema humanitario, no un proyecto político de liberación.
- El Declive del Poder Hegemónico de EE.UU.: El segundo pilar es externo y estratégico: la pérdida de la hegemonía militar incontestada de Estados Unidos. Solo cuando Washington se vea forzado a retirar su apoyo incondicional, ya sea por costes internos insoportables o por desafíos externos abrumadores, Israel se verá obligado a aceptar de grado o por fuerza el final de su aventura colonial. El fin de la impunidad israelí está ligado al fin de la capacidad de EE.UU. para actuar como gendarme global.
- El Eje de la Resistencia y su Fortalecimiento: El tercer pilar es el regional: el llamado «Eje de la Resistencia». Los sionistas lo saben bien, por eso su obsesión con desestabilizar Siria y sus ataques constantes al Líbano. Hezbolá, con su formidable arsenal, representa un disuasivo crucial. Irán, lejos de la caricatura que presenta la propaganda occidental, ha demostrado una habilidad estratégica y una capacidad de proyección de poder que, en aspectos clave, supera a la de Israel. Su red de aliados y su desarrollo tecnológico-militar, respaldados por el paraguas estratégico de China y Rusia, crean un contrapeso real. Este eje no liberará Palestina por sí solo, pero es el que puede elevar el coste de la ocupación a niveles estratosféricos para Israel.
- El Juego Cambiante de las Monarquías del Golfo: Un cuarto factor, más ambiguo pero significativo, es la evolución de las monarquías del Golfo. Países como Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos ya no juegan a una sola baraja, la del imperialismo. Ahora juegan a dos. Buscan asegurar su futuro en un mundo multipolar, acercándose a China y Rusia, y al mismo tiempo mantienen lazos con Washington. Este doble juego, aunque a menudo cínico, es un avance. Implica que la normalización con Israel a espaldas del pueblo palestino ya no es un camino tan directo ni tan rentable. La causa palestina sigue siendo un termómetro de la legitimidad en el mundo árabe.
- La Presión Internacionalista y el Boicot: El quinto pilar es el terreno de la sociedad civil global. Las movilizaciones y, sobre todo, la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) son armas poderosas. No son un sentimiento, son una herramienta política y económica que golpea la marca «Israel», dificulta su economía y, lo más importante, la normalización de su régimen de ocupación colonial. Esta lucha en el ámbito de las ideas y los mercados es complementaria e indispensable para aislar al sionismo y demostrar que su proyecto es moral y políticamente insostenible.
Conclusión: La Convergencia de las Luchas
La liberación de Palestina no es un evento, sino un proceso. Un proceso que se está acelerando precisamente porque el orden mundial que la oprimía se está resquebrajando. La convergencia entre la resistencia inquebrantable del pueblo palestino, el declive relativo de Estados Unidos, el ascenso de un polo de poder alternativo liderado por China y Rusia, la fortaleza del Eje de la Resistencia y la presión internacionalista, crea una coyuntura histórica favorable.
Es en esta intersección donde se decidirá el futuro. Pensar que la solución vendrá solo de dentro o solo de fuera es un error. La llave la tiene la resistencia palestina, pero la puerta solo se abrirá cuando los pilares del sistema que sostiene a su verdugo se fracturen. Y esa fractura, hoy por hoy, es el fenómeno geopolítico más trascendental de nuestro tiempo. Palestina no es solo una causa justa; es el epicentro de la batalla entre un orden colonial moribundo y un mundo multipolar, incierto, pero donde los pueblos oprimidos pueden, por primera vez en siglos, vislumbrar su libertad.





